Lo que no puede ser es que los políticos han sufrido un ataque de preocupación e interés repentino por salir en la foto en mitad de un evento deportivo. ¿Cuántos de estos nombres que ahora colean en las listas eran unos asiduos los domingos que quedaban alejados de la campaña electoral? ¿Cuántos de ellos seguirán con su preocupación por la buena marcha de nuestros equipos y deportistas una vez concluidos los comicios?
A expensas de que el futuro pueda desvelar el segundo interrogante, sobre el primero solo un grupo muy reducido puede responder afirmativamente. Ya sea de una manera más esporádica o de otra más asidua, muy pocos candidatos a alcaldías o presidencias salen domingo tras domingo en los estadios o sábado tras sábado en pabellones. Eso sí, en eventos importantes, el dueño del sillón no tardaba en apuntarse el tanto, a la par que la oposición se ha dedicado a raspar las escamas del oportunismo político a base del déficit de instalaciones o de inversiones en equipos.
Sabiendo el nutrido nicho de población que consume deporte como aficionado local o regional, y de otro aún mayor si cabe que lo practica, las agendas para continuar en el poder o para acceder al mismo deben de llevar una implicación con el deporte que vaya más allá de ir a ver el gran derbi o el partidazo para salir en la foto. Más allá de atribuirse méritos porque alberguemos grandes eventos.
Toda ayuda en forma de cigüeñas y logos corporativos municipales y provinciales es bienvenido y agradecido. Pero la diligencia y colaboración no debe acabar ahí. Debe estar vivo y vigente para establecer una comunicación bidireccional y fructífera entre ambas partes.
Fotos, sí. Publicidad en camisetas, vallas y otras apariciones, también. Pero olvidar el «con esto ya hemos cumplido». Hay que escuchar y prestar atención a la gente del deporte. Si se hace, el resultado será muy agradecido. Por contra, si se ignoran, redundarán en un agravio del que será difícil reponerse.