¿Tan ingrato es ser portero?

LA PREGUNTA PUÑETERA

Recuerdo perfectamente aquel comentario que hizo Carlos Martínez: «Los porteros están solo para la gloria». Lo dijo en un contextoque era tan épico como puramente futbolístico: Estambul. 2005. Milan. Liverpool. 3-0. 3-3. Remontada. Fe. Locura. Pasión. Aquella mítica final de Champions en la que se llegó a la tanda de penaltis de una manera tan sorprendente como mágica dio pie al comentario del sempiterno narrador de fútbol de la tele de pago en España.

No se me ocurre un caso que acierte más de pleno en que los arqueros sean congratulados con llevar a lo máximo a su equipo. Por un lado, el brasileño Dida, que aún deteniendo dos lanzamientos no pudo darle el máximo entorchado europeo al Milan; por otro, Dudek quién aún no siendo del pleno agrado de la hinchada red, se convirtió en un héroe inolvidable en Anfield tras aquella noche en la que contribuyó enormemente a la orejona de su Liverpool.

Más allá de aquel recuerdo de la que para mí siempre será la mejor final de todos los tiempos y uno de los mejores ejemplos de valores del deporte, lo cierto es que los porteros en las últimas fechas solo arrancan el aplauso del respetable en caso, únicamente de realizar una actuación memorable. Si los arqueros hacen un mero cumplimiento de expediente, pasan desapercibidos y si aparece la más mínima duda, ya son el foco de todas las críticas. Si el rendimiento durante el encuentro presenta algún fallo minúsculo o monumental, se demanda que enseguida sea sacado del once y, en muchos casos, hasta de la plantilla.

Este año, tenemos un caso curioso que nos pilla muy cerca. En lo que va de temporada, ni Badajoz ni Santa Teresa han logrado fijar un inquilino en la portería que sea inamovible con el paso de las jornadas. Néstor y Fernando en el bando blanquinegro; Larqué y Yolanda en el rojiblanco. La alternancia en el último puesto de vanguardia está siendo más notorio que nunca en una temporada en los que ambas entidades están teniendo que remar contra corriente para conseguir la permanencia. Donde las derrotas son más de las que se desearían y los goles se encajan con una frecuencia que a veces irritan al seno del propio equipo.

Para romper dinámicas negativas hay que mover cada semana piezas del sistema. Y esto se está llevando, con demasiada frecuencia a unos guardianes del gol que, aunque en ciertas ocasiones han podido dar un poco más, no hay que olvidar que tanto el fracaso como el éxito forma parte de todos y no de uno solo.

Parece que únicamente se habla cuando el guardameta yerra. Si es alguno de sus otros diez compañeros -o compañeras- de equipo, el fallo se penaliza mucho menos, especialmente para la grada. Ser consecuentes con los fallos de cada uno es uno de los pasos más importantes para seguir hacia delante.

Queda demostrado que solo en ocasiones muy contadas, los porteros están reservados solo para la gloria. Lo importante es que no nos olvidemos lo importantes que pueden llegar a ser. Como en aquella mágica noche en Ataturk.

 

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