El domingo pasado, el extremo del CD Badajoz, José Marco Higón, dio un auténtico recital de juego sobre el césped del Nuevo Vivero. El futbolista valenciano se echó el equipo a la espalda para lograr el triunfo ante un Ibiza que, además de ser un muy buen conjunto, jugó prácticamente todo el partido con un jugador más por la expulsión de Toni Abad en el minuto 6.
Al ser tener que dejar el partido el lateral, el técnico Nafti decidió que Higón bajara del extremo a la zona defensiva para ocupar el hueco dejado por el propio Abad de manera momentánea. El valenciano lo hizo tan bien que su entrenador le aguantó en esa posición hasta los minutos finales del duelo, momento en el que fue sustituido.
A pesar de jugar 81 minutos en una posición que no era la suya, el futbolista blanquinegro no dejó de recorrerse la banda todo el tiempo para arriba y para abajo. Sin parar ni un solo instante.
Higón se dio cuenta de que el equipo (especialmente por el costado derecho en el que él se encontraba) le necesitaba, y él le echó sin dudarlo la mano que le hacía falta. Sin su sacrificio es muy probable que el Badajoz no hubiera sido capaz de ganar el partido. Es por ello que todos tenemos que aprender de gestos como este en nuestro día a día.
Si cada uno de nosotros fuéramos capaces de reconocer cuándo nos requiere nuestra sociedad y no dudáramos en echarle una mano a todo aquel que verdaderamente lo necesita, ahí sí que no habría dudas de que por fin tendríamos un mundo realmente bueno. Un mundo que verdaderamente valiera la pena.
Lo del domingo pasado fue solo fútbol, pero nos dejó una gran metáfora que nos debe hacer aprender en nuestra vida cotidiana. Viva el fútbol y vivan los buenos compañeros.