LA FIRMA – MIGUEL VERISSIMO
Algo así como la dimensión paralela de una película de ficción. Eso ha sido el fútbol femenino español en los últimos años. Entre una temporada y otra, la Primera División ha avanzado una década. Un salto en el tiempo constante. De ser una competición casi olvidada ha pasado a tener un impacto mediático notable, una estructura de clubes sólida y una presencia social en auge. Aún queda mucho por hacer, pero el salto ha sido tan meteórico como necesario.
Toda esa evolución la ha vivido de cerca el Santa Teresa de Badajoz. Pablo Ritoré, Juan Carlos Antúnez y jugadoras como Chica, Estefa o Marta Parralejo han sido protagonistas de esos avances. Su trabajo ha sido el que ha aupado al club a la máxima categoría del fútbol femenino, un escalón del que todavía no se ha bajado y del que, esperemos, tarde mucho en hacerlo.
La cuestión, sin embargo, es que cada vez es más difícil. En solo unos años, el fútbol femenino se ha puesto patas arriba. Los árbitros ya no pitan a equipos de la misma región que su colegio, los campos ya no son prados olvidados en medio del extrarradio de cualquier ciudad y los medios de comunicación ya han comenzado a darse cuenta de que el fútbol femenino también interesa.
Los clubes también cambian, y con ellos, la Liga, a la que el patrocinio de Iberdrola ha dado un empujón nada despreciable. La competición ahora se divide en dos. Por un lado, clubes que tienen a su favor la historia, el potencial económico y la fuerza mediática de un equipo de La Liga Santander. Por otro, clubes modestos que han apostado por el femenino como buque insignia de sus proyectos. A ese grupo pertenece el Santa Teresa y ahí reside su esencia como entidad.
Comenzaron como una familia que disfrutaba consiguiendo que las niñas de la ciudad jugasen al fútbol y con el paso de los años nos han hecho disfrutar a nosotros consiguiendo que el nombre del fútbol extremeño resuene por toda España. Ojalá pasen los años y el club siga manteniendo esa esencia, ese amabilidad, ese sentimiento de pertenencia a una familia y ese buen trato, también familiar, con los medios. Será un síntoma de que los flashes de una competición, por suerte cada vez menos modesta, no han cegado la esencia del Santa Teresa.