¿Existe el aficionado coherente en el fútbol?

LA PREGUNTA PUÑETERA

Y que conste que hablo acerca de la transformación que sufren personas, aparentemente normales, en cualquier momento en el que su equipo de fútbol comienza a jugar.

¿Es que acaso la rivalidad en el deporte está opuesta al respeto? O dicho de otra forma, ¿No tienen cabida ambas consideraciones en un espectáculo o evento deportivo?

Esta reflexión viene a colación del gran clásico extremeño por antonomasia que tuvo lugar el pasado domingo en El Romano entre el Mérida y el Badajoz. Ambas aficiones se volvían a ver las caras en esta categoría después de más de una década.

El domingo pasado tenía la oportunidad de vivir más cerca de la grada que nunca este choque tan especial. Escuché un incesante intercambio de cánticos, que es lo más normal en estos casos de tanta electricidad existente entre ambas hinchadas y que es una parte inherente de estos duelos.

No obstante, a veces pueden existir casos en los que alguien decida ser una persona racional y que sea capaz de dar ejemplo en determinadas circunstancias. Pongo en contexto una situación concreta que me comentó un amigo infiltrado desde la grada: Un padre, acompañado de su hijo, charlaba amistosamente con sus colegas. Los temas de conversación iban brotando. Desde el último partido de la selección al estado del césped; las batallitas de los últimos derbis y, como no, Cataluña y su hipotética independencia. “Lo que está ocurriendo en Cataluña es lamentable. Cómo podemos estar enfrentados de esta forma”, acuñaba el padre del joven. La sensatez parecía estar presente en la grada, sino fuera porque media hora más tarde, de la misma boca que salía esos comentarios acerca de Cataluña, salía reiteradamente un “puta Badajoz” o “portugueses de mierda». Los improperios continuaron por los mismos derroteros,  convirtiendo a ese padre, que en principio parecía alguien sensato, en alguien que daba un pésimo ejemplo de civismo hacia su propio hijo.

Mi colega de la grada no lo podía creer. La misma persona que pedía cordura entre españoles, catalanes e independentistas, era el que agraviaba a aficionados de su misma provincia. «¡Qué barbaridad!«- me dijo. Y es que no sé que es lo que más llama la atención, si los propios comentarios, la incongruencia tan tosca o la compañía… ¡su hijo al lado!

Este fue uno de los últimos eventos donde el respeto y la educación volvió a chocar con la rivalidad deportiva y de no saber elegir el momento adecuado para ser el «mejor aficionado». Desgraciadamente, a menudo en nuestros campos y pabellones, se repiten estas ofensivas acciones que ensucian y deshonran el trabajo de entrenadores, directivos y lo más importante, los jugadores delante de unos jóvenes que son esponjas que absorben todo lo que está a su alrededor.

 

 

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