La moda no entiende de edades, de estándares, de geografía o de épocas del año. Siempre está ahí. De una manera u otra. Con manga larga o corta. Con chaqueta o a pecho descubierto. No hablemos ya, cuando entran en juego los atuendos futbolísticos. Cuando ‘tu equipo’ gana la Champions o la Europa League, los más jóvenes de la casa (y los que no lo son tanto), acostumbran a vestir las zamarras con los colores que se supone que les representan a nivel nacional.
Luego están los Mundiales, Eurocopas, Copas Américas y demás torneos cortos de selecciones. Es en ese momento donde las banderas adornan los balcones y donde dan igual las ideologías y simpatías del resto del año. El fútbol une por un período de tiempo a todos. (O a casi todos). Es ahí cuando los usuarios adquieren ropa por doquier como novedad: la primera, la segunda, la tercera, la de portero y la de calentamiento si hace falta. Luego estamos los nostálgicos, que tiramos tiramos de lo vintage para seguir a nuestro combinado nacional después de cantar el himno (para aquellos que puedan cantarlo, claro).
Hay territorios donde niños y niñas se visten con su selección. Otros, en el que lo hacen con sus clubes mayoritarios. Y luego está Badajoz. Desde el domingo (o un poquito antes quizás), vestir la blanquinegra parece ser una moda más instaurada que aquella de las camisetas Levi’s. Ya sea por Sinforiano, en algún bar recóndito, o en la mismísima feria del libro, las elásticas blanquinegras es la firma con la que cualquiera se convierte en modelo para desfilar por la ciudad.
La gran incógnita que se me abre ahora mismo es: ¿Dónde estaban esas camisetas antes? ¿De dónde han salido? ¿Las han repartido gratis cuál cocido para la tercera edad?
¿Nos la ponemos por moda porque ahora el equipo gana? ¿O lo hemos hecho siempre pero antes nos abrochábamos la chaqueta para que no nos la vieran si el CD Badajoz perdía?
Que alguien haga el favor de contestarme. La duda me corroe. La inquietud me consume.
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