El oficio de portero es muy particular. Normalmente, si se destaca a un guardameta, suele ser por algo malo. Una mala salida, un mal despeje, una ‘cantada’… todo esto deja la sensación ante el mundo del fútbol de que se trata de unos futbolistas que no hacen otra cosa más que fallar. El ejemplo de que esto no es así lo ofreció Kike Royo el pasado domingo.
El imprevisible destino del fútbol preparó para el Badajoz en campo del UCAM un desenlace propio de la más escalofriante película de terror. Corría el minuto 98 cuando César Morgado se resbalaba en el área y cometía penalti sobre Javi Fernández.
Los jugadores blanquinegros no querían creerse que su sufrida remontada en campo de un rival directo se acabara esfumando. Esto hizo que las protestas mandaran a la caseta segundos antes del pitido final a Candelas. Esta tarjeta roja se unía a la de César Morgado, que también vio la segunda amarilla al cometer el penalti.
Tras un debate intenso entre los futbolistas del UCAM para ver quién lanzaba desde los once metros, finalmente fue Chavero el que asumió la responsablidad. Éste decidió pegarle al lado derecho del marco y, en este punto, hay que volver a hablar del portero.
El meta riojano del Badajoz logró adivinar la trayectoria del disparo para despejar así el cuero. Con esta acción finalizaba el encuentro, llevando la locura a los futbolistas del conjunto blanquinegro, a los que les unía un denominador común: buscar a Kike Royo para abrazarle.
Con esa acción, el guardameta se había convertido en el héroe. Gracias a su parada el Badajoz está a tan solo dos puntos de la cuarta plaza, con opciones muy reales de poder dar el sorpasso. Fue la sensación equivalente de haber marcado un gol en el descuento. Fue el ejemplo de que los porteros no solo salvan puntos, sino que también los otorgan.