El Santa Teresa de esta temporada nada tiene que ver con el del año pasado. Es verdad que ahora toca estar en Segunda y que la campaña anterior jugó en la Primera más seria de la historia, que se empezó a notar que los clubes que tienen un conjunto masculino como base apostaban de verdad por el fútbol femenino, que no es lo mismo ser cabeza de ratón que cola de león… todo eso está muy bien, pero la diferencia entre un año y otro está en la sonrisa.
En la 2017/18, en los partidos que el equipo ganó, aún siendo victorias seguramente más importantes y de mucho más valor al fin y al cabo que las de esta temporada, las jugadoras rojiblancas no las disfrutaron. El ambiente y la tensión que existía en el vestuario estaba por encima de cualquier otra cosa.
Actualmente, el haberse liberado de esa presión y obligación de tener que mantener al equipo a toda costa en una liga cuya profesionalización pilló de sopetón a la entidad sin que esta fuera capaz de preveerla, la mente de las futbolistas está dominada por la confianza en sí mismas y el disfrute del fútbol, que es la primera piedra para lograr cualquier objetivo.
La sonrisa de la capitana Estefa al término del duelo del pasado domingo frente al Granada, delataba que algo había cambiado. El Santa Teresa es líder con tan solo un punto de diferencia sobre el propio Granada, al que tiene ganado el golaverage. Solo el no salir concentradas como cada partido exige en los doce que restan y el perder esa sonrisa y disfrute de la que ahora mismo gozan, puede hacer que las chicas de Juan Carlos Antúnez logren el campeonato al final de temporada y luchen por volver a una Primera División que ya a nadie puede pillar desprevenido.