Aún no sé cómo no se ha dado un premio a aquel que repitió por vez número 1.000.000 eso de «este no se come el turrón este año». Teniendo en cuenta esta frase tan casposa como reiterativa, resulta ya oxidada en su gracia. Del mismo modo, doy un nuevo galardón, pero en este caso carente de carga sarcástica, al que se le ocurrió la gracia de «este año no se come ni las castañas».
Ambos manjares están asociados a una fecha temporal muy concreta y aluden a que un entrenador tiene los días contados y que no va llegar en el cargo al día que está marcado en el calendario para tomarse ese ‘picoteo’. Para terminar de recalcar la obviedad, el turrón abarca toda la Navidad y días previos-cada vez más duraderos- mientras que la castaña está muy arraigada a la fecha del primero de noviembre.
Broma y sorna aparte, la solución del CD Badajoz no pasa por si Patxi Salinas come castañas o si tiene que elegir entre Antiu Xixona o Suchard. Para terminar la vorágine turronera ha salido a la palestra Juan Marrero, para quiénes muchos podría ser ese salvador en forma de ‘El Almendro’ que vuelve a casa por Navidad.
Está claro que los blanquinegros son ahora mismo unos jugadores cuyas aptitudes -con «p»- y actitudes -con «c»- están inhibidas por los resultados. Que en ambos estamentos tienen un techo que aún está intacto, y que no han amagado siquiera con rozarlo.
Lo fácil está en señalar al técnico como culpable de todos los males. Lo socorrido también es mirar al palco. Se marchen o se queden, el núcleo duro de la plantilla seguirá -como mínimo- hasta enero. Muchos de ellos hasta mayo. A los que están en el campo hay que exigirles también. En los 11 que salen de inicio y a los 3 de refresco hay que depositar la confianza y también pedir responsabilidades si las cosas no terminan de salir.
Que den su mejor nivel, que recuperen la confianza, que saquen todo lo que tienen, depende muy mucho del cuerpo técnico y del resto del entorno. Pero si se advirtió cuando aún no estaba entrado el verano que «Juntos Somos Invencibles», está claro que la ecuación lleva a pensar que «divididos somos vulnerables».