LA PREGUNTA PUÑETERA
Quejarse arbitrariamente es perder tiempo y energía. No soy muy de abrazar la expresión de «el que no llora no mama». Cierto es que resulta útil en un puñado bastante generoso de ocasiones, pero el hacer de ello una forma de vida provoca que nos podamos replantear si merece o no la pena hipotecar la felicidad del día a día a causa de invertir ese tiempo y esa energía en poner tan de manifiesto el desacuerdo vital crónico de cada uno.
No sé si en otras ciudades pasará, pero en Badajoz hay mucho convaleciente -si me permiten la redundancia- que está aquejado de la queja permanente. Aquella historia del padre y el hijo, que hicieran lo que hicieran con el burro iban a ser criticados, es perfectamente extrapolable a una ciudad que tiene un grupo preocupantemente nutrido de personas inundadas de desidia, hastío y una austeridad llevada a un peligroso extremo.
¿Por qué digo que están inundadas de desidia? Muy sencillo: porque es tremendamente complicado que reaccionen a las llamadas colectivas. Ni siquiera por curiosidad. Llevado al terreno deportivo, no hay mucho más allá de familiares y amigos viendo al que corre, al que juega en el césped o en el pabellón, o al que se descalza en el tatami.
Puntualizo brevemente también con el hastío: muchos viven un círculo vicioso de aburrimiento del que no quieren salir. Se quejan de que están aburridos, pero no hacen nada por remediarlo. Y como no hacen nada, pues claro, se vuelven a aburrir. Y vuelta a empezar. Por eso no van a ver ni al Badajoz, que es el equipo de toda la vida -salvo que se esté jugando la vida, claro está-, ni tampoco si hay una Final Four de basket, o una competición europea, o cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir ¿Para qué? ¡Con lo contentos que están con su aburrimiento!
No hablemos ya del dinero. La pela es la pela y que no me la toquen. ¿Qué es eso de tener que dar dinero para una rifa si voy a ver a los niños jugar? No hablemos de medios días del club, o de que me pidan dinero en el Viejo Vivero por ver fútbol si me puedo poner de pie en la valla a verlo gratis. ¿Estamos locos o qué?
La conclusión de esta pregunta puñetera es simple: Hay personas que se quejan cuando haces algo. Y también cuando haces lo contrario. Que no van a ir cuando los equipos intenten hacer una medida chula y original. Que no se van a gastar dinero si se pueden ahorrar un euro. Y cuya única preocupación será seguir aburrido para seguir criticando y cuando no tengan de nuevo que hacer, volverán a quejarse. Y así es como se gestan los «trolls» involuntarios de las redes sociales.