OPINIÓN
Ayer un futbolista de Primera División dijo al acabar un partido que “no somos mujeres como para ir metiendo cizaña por lo que ha pasado”. Después, en redes sociales matiza, literal, que “no he estado afortunado, he querido decir que nosotros no vivimos pendientes de lo que hacen o dicen otros. Me he equivocado, pero no ha estado en mi ánimo ofender a nadie, lo decía en plan broma. Lo siento mucho”. Como si lo hubiese arreglado.
Aparte de los errores de puntuación en el mensaje original, el problema no está en lo que ha dicho, ni quién lo ha dicho, ni en la posterior excusa. El problema radica en que ese texto lo podría haber firmado la persona que escribe esta opinión, la que lo lee o la que trata de excusar al futbolista. Da igual la edad, sexo, región o religión.
Empieza por el “eres una niña por no ser valiente” y acaba por preguntar “¿a qué hora juegan las niñas?” para informarte del próximo partido en la Liga Iberdrola del Santa Teresa, cuyas jugadoras rozan los 30 años y gozan de una envidiable trayectoria a sus espaldas.
Somos machistas desde el momento en el que respiramos algo de este mundo y hay quienes luchan por salir de ahí. La solución no está en condenar, sino en asumir el error, corregirlo, volver a asumirlo, agachar la cabeza y corregirlo de nuevo. Porque no es una broma. Es muy serio.
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