Vivimos en días en los que cualquier excusa es buena para buscar la fragmentación con el de enfrente. En momentos en los que estamos sumergidos en una vorágine electoral de la que no se sabe muy bien como y cuando se va a salir de ella, lo mejor que se puede hacer es buscar que es aquello que nos une, y aferrarse a ello.
El mundo virtual prolifera ingentes toneladas de personas ofendidas. Debates políticos, sociales, económicos, de clase o sociológicos separan hoy día al ser humano hasta que encuentra al fin un motivo por el cual odiar al que tiene delante de él. Y, si nos unimos a alguien, o nos sentimos mínimamente ligado con alguna causa, no es por otra cosa que por el odio o animadversión común que nos produce aquel con perspectivas opuestas.
Hoy por hoy, los ingredientes que llevan hasta un nexo común de sentimientos compartidos son la pertenencia a una misma ciudad o el portar un mismo escudo en la camiseta. Si ya ambas se unen, las ideologías y componentes que llevan a la desunión quedan en un segundo plano.
Sin irnos demasiados lejos, solo hay que echar un vistazo a alguno de los ‘Viveros’. Uno, abarrotado con más de 11000 personas esperando con expectación la más que posible llegada de un ilusionante playoff. El otro, también lleno, llevó en volandas a su equipo para acercarles a un ascenso a Primera que cada vez parece más cercano.
¡Qué gran suerte que esto una a pobres y ricos! Que aquellos que otros días discuten con agrias conversaciones de bar, puedan abrazarse si gana su equipo. Con todo esto, queda claro quién representa a la gente y quién no. Especialmente cuando en estas elecciones se ha votado en masa para castigar a las antípodas ideológicas de cada uno. Es decir, que en un gran número de casos no hay afinidad alguna, por lo que es complicado que la ciudadanía pueda sentirse en en estas entidades representado de alguna manera.