Integrante de la mejor Real Sociedad de la última década, el vasco comienza ahora su andadura como entrenador en el mismo club que lo vio nacer como futbolista
Dicen que el fútbol no entiende de casualidades, que si quieres conseguir llegar a ser alguien en él, tendrás que hacerlo a base de trabajo, compromiso y esfuerzo. Óscar de Paula puede corroborarlo. Su envidiable y más que meritoria trayectoria en este deporte no ha sido fruto del azar. Tras casi veinte años vestido de corto en los que le ha pasado de todo, el ex delantero ha comenzado ahora su andadura como entrenador con las mismas ganas e ilusión que tenía cuando era un adolescente. Y precisamente lo ha hecho en el mismo club en el que lo hizo como futbolista, el CD Badajoz. Quién sabe si su carrera de entrenador será igual o más exitosa que la de jugador.
El entrevistado llega en coche acompañado de su segundo y mano derecha al frente del equipo, Juan García. Ambos vienen de la última sesión matinal de la plantilla antes de enfrentarse al Arroyo, un partido vital para conseguir los objetivos de la temporada. Libreta de notas en mano, sigue ataviado todavía con la indumentaria habitual del entrenamiento: pantalones cortos y botas de tacos. Se le ve sonriente y relajado, y tiene motivos para ello: el CD Badajoz sigue liderando el grupo decimocuarto de Tercera División, empatado a puntos con el que será su máximo rival en la lucha por el título, el Extremadura UD. Tras un cordial y amable saludo por su parte, el Nuevo Vivero se convierte en el escenario en el que tendrá lugar la entrevista. El estadio se ve reluciente con su nuevo césped recién plantado, con vistas al partido que disputaría allí la selección absoluta femenina ante Portugal.
La del Badajoz es su primera experiencia como entrenador de un equipo de fútbol profesional, pero seguro que no será la última, a tenor de los resultados que está cosechando. De Paula ha conseguido devolver la ilusión a una ciudad que hacía tiempo que no veía a su equipo entre los mejores de la región. Él se muestra encantado con la oportunidad que le han brindado desde el club: “Es muy gratificante poder entrenar al equipo de mi ciudad, ese que me vio nacer como jugador y me dio la posibilidad de convertirme en todo lo que conseguí a nivel futbolístico. Para mí, es un orgullo y una satisfacción inmensa poder entrenar a este club.” Y no hace falta que lo jure, la felicidad se hace más que visible en su rostro cada vez que habla de la situación que está viviendo en este momento. Está en casa, la afición le quiere y los resultados le están acompañando. Las cosas no le pueden ir mejor.
Aunque nació en Durango, una pequeña localidad de Vizcaya, De Paula se siente un extremeño más. Su familia es natural del municipio pacense de Olivenza, y allí se mudó cuando era un crío. De hecho, él siempre se refiere a Extremadura como “mi tierra”. Fue allí, en el Olivenza, donde comenzó a dar sus primeras patadas a un balón y donde disfrutó durante su niñez de lo que más le gustaba hacer: jugar al fútbol. En su etapa como juvenil, cuando ya se empezaba a vislumbrar el futuro que podía tener, se marchó al club de la capital pacense buscando cumplir su sueño de ser futbolista profesional. En el CD Badajoz continuó su formación y con sólo 17 años, le dieron la oportunidad de debutar ante el respetable del antiguo Vivero, convirtiéndose así en el jugador más joven en debutar con la elástica blanquinegra en Segunda División. De Paula aparecía pisando fuerte.
La adolescencia de un chaval que quiere dedicarse al mundo del fútbol nunca es fácil. La de Óscar de Paula no fue ninguna excepción: “Estaba estudiando cuando me propusieron entrenar con el primer equipo del CD Badajoz. Los entrenamientos eran por las mañanas y además los viajes para disputar los partidos eran muy largos, por lo que ya me costaba bastante compatibilizar los estudios y el fútbol. Al final, llegó el momento en el que tuve que decidir, y me decanté por el fútbol, por supuesto”. El vizcaíno no se arrepiente de la decisión que tomó en su momento, pero sí asegura que le hubiese gustado acabar su formación académica. Además, afirma que su familia fue clave durante esta etapa de su vida. “Mis padres me apoyaron en todo momento. A fin de cuentas, ellos lo que quieren es verte feliz y yo creo que habrían respetado cualquier decisión que hubiese tomado”, dice.
Su tercera temporada en el CD Badajoz fue la de su consagración como futbolista. Se convirtió en uno de los ídolos de El Vivero con tan sólo 19 años. Pero no sólo llamó la atención de sus aficionados, también lo hizo de un club histórico de la Primera División, la Real Sociedad, que no dudó en ofrecerle un contrato en el mercado de fichajes de verano. Era la oportunidad de su vida, el gran salto para su carrera deportiva, y no la podía dejar escapar. Tenía sólo 20 años, se iba a ir a vivir casi a mil kilómetros de distancia de su casa y además llegaba al club donostiarra para hacer olvidar la marcha del mítico Joseba Etxeberria al eterno enemigo, el Athletic Club. Cualquiera sentiría un poco de vértigo ante una situación así, pero no fue el caso del vasco: “Miedo ninguno. La pasión y las ganas de cumplir tus objetivos, de llegar a ser jugador de fútbol profesional, que era mi sueño, supera a cualquier miedo que pueda llegar a haber, que en mi caso no lo había, porque tenía muy claro lo que quería hacer.” De nuevo su familia fue un pilar fundamental para él. Sus padres le acompañaron a Euskadi, y confiesa que eso le fue de gran ayuda, ya que no tuvo que vivir allí solo. No obstante, sí reconoce que no todo fueron buenos momentos: “Bueno, siempre echas de menos la tierra, el cielo azul y el sol de Badajoz. Sobre todo, cuanto más tiempo fue pasando, más echaba en falta cosas de casa, y me resultaba más complicado estar lejos de mi tierra”.
Cuando se le recuerda por los once años que pasó en San Sebastián, no puede evitar esbozar una sonrisa. “Madre mía, once temporadas, se dice pronto, eh”, comenta mientras se percibe en su rostro una mirada nostálgica. El vasco asegura que guarda aquella etapa con un cariño inmenso. Y es que once años dan para mucho: De Paula tuvo la oportunidad de ser internacional con la Selección Sub-21 antes de la Eurocopa de 1998 que acabaría ganando la propia España; jugó y marcó en la Copa de la UEFA que disputó la Real Sociedad; luchó por conquistar una Liga contra el todopoderoso Real Madrid, que finalmente se la arrebató en la penúltima jornada; e incluso llegó a debutar en la máxima competición europea a nivel de clubes, la Liga de Campeones, donde también anotó un gol. Anécdotas para contarle a sus nietos no le van a faltar, desde luego.
Sin embargo, en once años también da tiempo a que te pasen cosas no tan positivas, y si por algo se ha caracterizado la carrera de Óscar de Paula es porque ha estado plagada de lesiones que le han obligado a alejarse de los terrenos de juego más tiempo del que le hubiese gustado. De hecho, fue una lesión lo que le impidió fichar por el Atlético de Madrid cuando el traspaso ya estaba casi hecho. “Tenía un preacuerdo con el Atleti, pero me lesioné el tobillo y todo se paralizó”, cuenta el propio De Paula. Es sorprendente también que nunca saliese de España para probar suerte en otra liga europea. El ahora entrenador blanquinegro confiesa que se quedó con las ganas de hacerlo y que siempre le quedará esa espinita clavada: “Me habría encantado ir a Inglaterra una temporada o dos. He tenido compañeros que han estado jugando allí, y me han hablado maravillas. Es otra cultura, otro idioma, y me hubiese gustado vivir el reto de jugar en una liga distinta a la española, claro”. Pero desgraciadamente no le llegó ninguna oferta. “Hubo un pequeño acercamiento de un club inglés, pero nada, aquello al final no acabó cuajando”, se lamenta.
Respecto a cómo fue su vida en el País Vasco, habla claro: “En Euskadi tienen una mentalidad totalmente diferente a la que hay aquí o en otras zonas de España. He tenido la inmensa suerte de poder trabajar en el norte, algo que no todo el mundo puede decir, y eso me ha proporcionado ver el mundo desde otra perspectiva. Al final, todo eso son experiencias en la vida que te van curtiendo y forjando como persona”. El entrevistado reconoce que ahora aprecia más los pequeños detalles de la vida. Admite que salió de San Sebastián mucho más maduro, y que aquellos once años le ayudaron enormemente tanto en su desarrollo personal como profesional. “Además, me ha permitido conocer metodologías de trabajo con respecto al fútbol que me servirán para el futuro”, afirma.
Tras su etapa como txuriurdin, recaló en las filas del Cádiz, que en ese momento estaba jugando en Segunda División. “Tenía ofertas de otros equipos de Primera, pero por asuntos familiares tenía que estar cerca de Badajoz, y Cádiz fue el lugar más próximo que se me presentó”, cuenta. En el Ramón de Carranza siguió demostrando su calidad una temporada más, antes de marcharse a Ponferrada, donde asegura que pasó los cuatro años más felices de su carrera. La madurez adquirida y la ausencia de ese estrés y esa presión añadida que da el fútbol de élite le permitieron seguir disfrutando de lo que más le gustaba hacer. Con 36 años, y después de haber ayudado a la Ponferradina a ascender a la categoría de plata del fútbol español por segunda vez en su historia, decidió colgar las botas debido a una lesión en su rodilla izquierda, que le hizo pasar un auténtico calvario en sus últimos meses como jugador profesional.
El martes 30 de diciembre, la segunda parte.
Por: Jaime Panadero.