Por un escaso margen, ahora mismo sigo teniendo la suerte de comunicar el deporte. Un elemento que resulta más sano e inocuo que otros campos en los que tiende a intoxicarse todo. La política y la sociedad, son pulpos que no se cortan en meter sus sucios tentáculos en todo aquello que afecte a sus intereses. Y aunque podría hacerlo extensible a muchos coloquios actuales, este jueves quiero sentirme orgulloso de la línea que muestra el deporte con el feminismo. Más aún cuando se está mostrando una visión uniforme y se está remando desde -casi- todas partes en la misma dirección.
Mientras que en las sedes de los partidos se preocupan por como ‘secuestrar’ el voto femenino dando o quitando infinitas razones al motivo de la movilización del 8M, en las distintas disciplinas deportivas se ha apostado e invertido por comenzar a caminar hacia la igualdad. Es aún un trecho extremadamente largo el que queda por recorrer, pero sí que queda de manifiesto que hay una idea clara. Una concienciación aparentemente sincera. Una realidad que está cambiando. La profesionalización del deporte que practican las mujeres está teniendo un paulatino aumento de la visibilidad, lo que nos hacen ser conscientes de que se están haciendo bien las cosas pero de que aún queda mucho por hacer.
En el otro extremo, estratos sociales y siglas políticas que sujetan pancartas, hablan de chiringuitos y ponen apellidos a un movimiento social que no tiene consenso ni siquiera en la hora de apoyarlo. Y todo por un puñado de papeles en urnas de plástico. La opinión que merece se dice por sí misma.
En las últimas líneas quiero refrendar lo que dije al principio. Menos mal que comunico deporte. Que, aún teniendo algunas miserias que erradicar, tiene en sus pies menos restos de fango que otros sectores. Hay con cosas con las que no se debe jugar. Ni siquiera cuando hay mucho en juego.