«No le metemos un gol ni al arco iris». Un aficionado, que por dentro estaba encantado con el rendimiento de su equipo, el pasado domingo solo pudo registrar al exterior una crítica que es Vox Populi: el Badajoz tiene mucho margen de mejora de cara a puerta.
De manera curiosa, traté de conocer sus argumentos sobre por qué la pelotita no entra a pesar de la multitud de ocasiones. «Es que son muy malos». Por un momento creí que iba a esgrimir si prefiere un ‘9’ que fije los defensas, o que el hexágono que conforman mediocentros, extremos y arietes no ofrece aún las variantes que se espera de ellos. Pero no. Este señor no salía del «Es que son muy malos». A la postre fue de agradecer. Al menos este hablaba de lo puramente deportivo.
Me pararon posteriormente con vehemencia hablándome de los asientos. Que estaban sucios y se caían. Invité a este nuevo compañero de conversación a participar de otros temas. Como a mí me sorprendió que dos extremos como Higón y Aparicio jugaran por la banda que les corresponde y no a pierna cambiada, así se lo quise hacer saber. El tema fue efímero y violentamente reemplazado por sus aspavientos. Su interés en ese momento estaba en los mosquitos que estaban volando circularmente en los focos. No había manera. Este caballero solo quería discutir.
Una señora y su disconformidad con el horario fue la tercera y, por suerte, mi última experiencia a la hora de intercambiar impresiones con una selección muy peculiar de aficionados. Que era muy tarde decía. Que ahora tenía que cenar y luego esperar un rato, porque claro, no se iba a ir a dormir recién cenada. Eso no debe de ser nada bueno. «¿Has visto las carreras que se ha dado Toni Abad? Eso a lo mejor no sería posible si se jugara a las cinco de la tarde». Pero no. La mujer, lejos de estar convencida, mostró su enojo al ver el monumental atasco que les estaba esperando para salir.
Me di por vencido. Igual fui producto de un diabólico azar. De esos tres casos, junto con otros aleatorios sujetos que he ido conociendo en los cientos de domingos que llevo haciendo el ritual futbolístico, he llegado a la conclusión de que una preocupante mayoría padece un extraño placer en la confrontación. En quejas que degeneran en un rebatimiento continuo, para de ahí, dar paso a un infinito proceso de discusión.
Será por eso que se están erosionando mis buenos ánimos. Tal vez influya esto en que el frenesí se torne en hastío. Es posible que mi ilusión se convierta en una indiferencia anodina. Por favor. No pido que dejen de discutir. Pero eso si, háganlo solo si es necesario. Así nos cansaremos todos un poco menos.